Y en cierto modo, lo fue.
Pero el reinado del contenido termina cuando se vuelve ruido.
Cuando hay tanto que decir que ya nadie escucha.
Cuando todos hablan y nadie vibra.
El nuevo poder no está en lo que se dice, sino desde dónde se dice.
No en el contenido aislado, sino en el contexto expandido que lo rodea.
¿Quién habla?
¿Con qué intención?
¿Desde qué historia?
¿En qué momento emocional del otro llega ese mensaje?
El marketing posthumanista entiende que las palabras ya no bastan.
Necesitan atmósfera.
Necesitan coherencia.
Necesitan un campo resonante que les dé sentido más allá de su forma.
Un simple gesto puede comunicar más que cien frases.
Una presencia auténtica, más que cualquier campaña.
Un silencio cargado de propósito, más que miles de publicaciones sin alma.
Ya no ganan los que crean más contenido.
Ganan los que generan contextos donde algo verdadero puede ocurrir.