Durante años, todo se reducía a una palabra: impactar.
El marketing se obsesionó con impresionar, sorprender, sobresaltar.
El mensaje debía romper el scroll, colarse en la retina, dejar huella a la fuerza.
Pero en esa carrera por impactar, se perdió algo esencial:
el vínculo.
Impactar no es conectar.
Impactar es irrumpir. El vínculo, en cambio, se construye con cuidado, con escucha, con afinidad.
El marketing posthumanista ya no persigue el impacto inmediato, sino la relación significativa.
No lanza mensajes como flechas, sino que teje puentes.
No promete más de lo que puede dar. No exagera. No obliga a mirar.
Su propósito es otro: acompañar procesos humanos.
Estar presente sin imponerse. Ser útil sin disfrazarse.
Y cuando toca hablar, hacerlo con sentido, no con estridencia.
Porque hoy, lo que más impacta…
es alguien que no quiere impactarte, sino comprenderte.