Vivimos convencidos de que los datos nos definen. Que el algoritmo sabe lo que somos, lo que deseamos, lo que compraremos.
Pero ningún modelo puede leer el vértigo de una duda, el brillo de una intuición o la rabia ante lo injusto.
Pero ningún modelo puede leer el vértigo de una duda, el brillo de una intuición o la rabia ante lo injusto.
El marketing que reduce a las personas a patrones de consumo no está preparado para lo que viene.
La inteligencia artificial no sustituirá al alma, pero sí revelará qué marcas la ignoran.
Quien no comprenda esto, dejará de ser relevante.