Durante años, las marcas han intentado vestir de verde sus estrategias, confundiendo sostenibilidad con estética ecológica. Pero el público ya no cree en palabras pintadas de conciencia: exige coherencia verificable.
La sostenibilidad posthumanista no es un relato, es un comportamiento.
No se basa en campañas, sino en decisiones estructurales: producción responsable, datos transparentes, trazabilidad ética y modelos de negocio que reduzcan daño en lugar de compensarlo después.
El nuevo consumidor —más informado y más cansado de discursos— reconoce cuándo una marca practica lo que proclama.
Y sabe distinguir entre impacto real e impacto retórico.
La sostenibilidad dejará de ser una ventaja competitiva para convertirse en un requisito existencial.
Porque ya no se trata de mejorar la imagen: se trata de merecer la continuidad en un mundo límite.