Durante décadas, el marketing trató al ser humano como un blanco en movimiento. El "cliente objetivo" era reducido a un conjunto de datos, preferencias y patrones de consumo. Se diseñaban estrategias para alcanzarlo, persuadirlo, capturarlo. Era una caza sofisticada, con tecnología como aliada, pero sin verdadera conciencia del otro.
Hoy, en la era posthumanista, esta visión comienza a derrumbarse.
El individuo ya no quiere ser "objetivado", ni manipulado por estímulos diseñados para disparar deseos artificiales. El nuevo ser digital busca vínculos significativos, conexiones con propósito, experiencias que expandan su conciencia, no que la distraigan.
El marketing posthumanista no pregunta "¿cómo consigo que me elijan?"
Sino: "¿cómo puedo acompañar, potenciar y resonar con lo que la otra persona ya está buscando ser?"
Ya no se trata de dirigir mensajes, sino de habitar espacios comunes. No de impactar con slogans, sino de crear ecosistemas de valor compartido.
Donde antes había segmentación, ahora hay empatía.
Donde había targets, ahora hay trayectorias de sentido.
Donde había campañas, ahora hay presencias coherentes.
El marketing del futuro no verá al otro como cliente.
Lo verá como aliado en una transformación mutua.