El marketing tradicional creyó durante décadas que los datos eran objetivos. Que el algoritmo era neutral. Que segmentar era simplemente clasificar. Pero cada sistema de clasificación lleva consigo una ideología. No existe filtro que no distorsione, ni elección de público que no excluya.
El gran error fue no reconocer que los algoritmos también aprenden nuestros sesgos. Reproducen lo que proyectamos: miedo, aspiraciones, clichés. Y mientras las campañas se volvían más eficientes, también se volvían más ciegas.
El futuro no exige más precisión, sino más consciencia. Pregúntate no solo a quién estás vendiendo, sino a quién estás ignorando. Y por qué.