En la era posthumanista, el marketing no se basa en la persuasión, sino en la sintonía. Ya no se trata de fabricar deseo, sino de acompañar procesos de descubrimiento. La marca deja de ser un disfraz para convertirse en un reflejo auténtico de valores, límites y propósitos.
El consumidor no es un objetivo, es un sujeto. Y como tal, participa, modifica, transforma. La transparencia ya no es una opción estética, es el principio operativo.
El nuevo marketing no trata de impactar: trata de resonar. Y para resonar, hay que estar dispuesto a exponerse. No como producto, sino como presencia.