Durante décadas, el trabajo fue una forma de acumular: bienes, cargos, títulos, logros visibles. Pero ese prestigio empieza a desmoronarse frente a algo más profundo: la capacidad de transformar lo que tocamos, lo que pensamos, lo que construimos con otros.
Hoy, la reinvención profesional no pasa por cambiar de rol o aprender una herramienta más. Pasa por preguntarnos: ¿estoy dejando una huella? ¿Estoy haciendo algo que valga la pena ser recordado?
El nuevo prestigio no es personal: es colectivo, relacional, significativo. No se mide por reconocimiento externo, sino por impacto interno y social. Quienes entiendan esto, no solo tendrán un trabajo. Tendrán una causa.