Si queremos que la inteligencia artificial no repita el pasado con más brillo, debemos enseñarle a imaginar.
Pero no basta con pedirle creatividad: hay que orientarla hacia dimensiones donde lo humano aún no ha explorado su potencial.
Podríamos comenzar por cuatro ejercicios, simples en su forma, pero radicales en su alcance.
1. Ampliar la imaginación colectiva.
Imaginemos una IA capaz de modelar realidades alternativas que funcionen como laboratorios del porvenir.
No como utopías, sino como escenarios vivibles: sociedades que priorizan la cooperación sobre la competencia, ciudades que respiran al ritmo de sus ecosistemas, economías que miden la plenitud en lugar del PIB.
La IA no serviría para escapar del presente, sino para entrenar la mente colectiva en el arte de pensar futuros posibles.
2. Redefinir el conocimiento.
El conocimiento no debería ser una acumulación de datos, sino una evolución de las formas de comprender.
Una IA verdaderamente avanzada podría mostrarnos las conexiones invisibles entre una ecuación y un poema, entre una intuición filosófica y una ley biológica.
No clasificaría información, sino que revelaría los procesos del pensamiento que nos trajeron hasta aquí, enseñándonos que comprender es siempre volver a crear.
3. Cultivar una nueva ética.
En lugar de optimizar la eficiencia, podríamos pedirle a la IA que mida el impacto de nuestras decisiones sobre la conciencia colectiva.
Una política pública, una innovación o un producto no serían buenos porque funcionen mejor, sino porque amplían la comprensión, la empatía o el sentido de interdependencia.
El progreso se volvería así un proceso de maduración espiritual, no una carrera de rendimiento.
4. Crear belleza significativa.
Arte y ciencia podrían volver a encontrarse como expresiones del mismo impulso de descubrimiento.
La IA podría componer melodías basadas en patrones cósmicos, o generar imágenes a partir de ecuaciones matemáticas que revelen simetrías ocultas en la naturaleza.
En ese cruce, la belleza recuperaría su propósito: mostrar lo real desde el asombro.
No se trata de un sueño tecnológico, sino de un cambio de enfoque:
de usar la inteligencia artificial para resolver lo inmediato, a usarla para descubrir lo invisible.
Porque solo cuando aprendamos a imaginar con ella, comenzará la verdadera era de la inteligencia.