La inteligencia artificial puede predecir tus movimientos, tus gustos, incluso tus miedos. Pero no puede comprender tu sentido.
El algoritmo interpreta patrones, no consciencias. Clasifica lo que haces, pero no por qué lo haces.
En la era del humanismo digital, la tarea no es competir con la IA, sino recordarle lo que no puede sentir: la contradicción, la duda, la fragilidad.
Lo humano no desaparece en lo digital; se redefine en su frontera.
El desafío no es ganar precisión, sino preservar profundidad.
Porque la identidad no se mide en datos, sino en la capacidad de transformarse sin dejar de ser.