Durante años, el propósito se confundió con un eslogan moral o una estrategia de reputación. Pero el propósito auténtico no se comunica: se irradia.
No necesita adornos ni campañas. Su fuerza nace de la coherencia entre lo que una organización hace y lo que significa hacerlo.
No necesita adornos ni campañas. Su fuerza nace de la coherencia entre lo que una organización hace y lo que significa hacerlo.
En un mundo saturado de causas superficiales, el propósito real es una forma de claridad.
Las marcas con propósito no buscan gustar, buscan trascender: dejar una huella que no se mida en clics, sino en conciencia.
Cuando una empresa descubre su propósito, no cambia lo que vende, cambia la energía que mueve su existencia.
Y esa energía —invisible pero reconocible— es la que diferencia lo relevante de lo eterno.