Durante décadas, el progreso digital se ha medido en velocidad, capacidad de cálculo y conectividad. Pero el verdadero recurso crítico del futuro no será la potencia tecnológica, sino la lucidez humana.
En un entorno donde la información se multiplica y la IA procesa patrones imposibles para la mente, la lucidez se convierte en un filtro vital: saber interpretar lo que importa, lo que está cambiando y lo que puede romperse.
La lucidez no compite con la tecnología, la dirige.
No predice el futuro: lo discierne.
Y será el atributo más valioso en un mundo donde los datos aumentan, pero la comprensión no siempre los acompaña.
Las organizaciones que sepan cultivar lucidez —individual y colectiva— serán las que realmente lideren la transición digital.
Porque la lucidez no solo ilumina lo que vemos, sino lo que aún no sabemos que estamos mirando.