En un mercado hipercompetitivo, todas las marcas intentan destacar haciendo más, comunicando más, ofreciendo más. Pero la verdadera diferenciación no nace del exceso, sino de la imposibilidad de imitar una esencia.
La diferenciación posthumanista no se construye desde la comparación, sino desde la singularidad profunda: aquello que no puede copiarse porque no se formula, se encarna.
Una marca auténtica no compite: irradia.
Lo que no imitas es lo que te define.
No se trata de inventar una identidad, sino de depurarla.
De eliminar lo accesorio hasta que solo quede lo que es verdad.
Y en un mundo donde casi todo se replica y se automatiza, lo único irreproducible será la coherencia interna de una marca que sabe quién es y quién no quiere ser.