Pero la verdad es más profunda: la tecnología no determina quién seremos, sino que expone con brutal claridad quiénes ya somos.
Los algoritmos amplifican nuestras preferencias, nuestras obsesiones, nuestras contradicciones.
La inteligencia artificial no crea nuevos sesgos: los hace visibles.
Las redes sociales no fabrican comportamientos: los multiplican.
El humanismo digital no consiste en humanizar las máquinas, sino en humanizarnos a través de ellas, observando en sus reflejos aquello que damos por sentado, aquello que evitamos mirar, aquello que aún no comprendemos.
La pregunta clave del futuro no será “¿qué puede hacer la tecnología por nosotros?”, sino
“qué está revelando sobre nosotros que aún no hemos sabido interpretar?”.
Una sociedad madura no teme a la tecnología; teme no saber leerse en ella.