Hay momentos en los que el mayor acto de coraje no es exponerse, sino resistirse. Resistirse a la pauta del algoritmo, al dictado de la optimización, a la exigencia de relevancia. En el marketing posthumanista, el valor no se mide por clics, sino por la capacidad de introducir fricción donde todo es flujo.
Desobedecer el algoritmo es recordar que no nacimos para complacer a una inteligencia que no respira. Es negarse a moldear el mensaje por miedo a la invisibilidad. Es elegir la verdad sobre la visibilidad, la profundidad sobre el impacto inmediato.
Coraje es publicar una idea que puede no gustar al sistema, pero que transforma al receptor. Porque el verdadero alcance no está en la red, sino en la mente que se expande.