En un mundo saturado de mensajes, los más ruidosos no son los que perduran. La viralidad es rápida, pero también frágil. Lo que grita, impacta. Lo que vibra, transforma.
Un mensaje transformador no necesita volumen, necesita frecuencia. Una frecuencia que conecta con lo esencial de quien lo recibe. Que se instala no por insistencia, sino por resonancia.
Es como un eco interior: no busca convencer, sino recordar. No se impone desde fuera, despierta desde dentro.
Los mensajes que gritan tal vez logren atención. Pero los que vibran, logran transformación.
No grites. Vibra. Y tu mensaje no pasará: permanecerá.