En el nuevo paradigma, el talento ya no se exhibe como un trofeo, sino que se percibe como una frecuencia. No basta con ser hábil: hay que estar sintonizado con lo que todavía no tiene nombre.
El talento posthumanista no se valida por diplomas ni métricas, sino por su capacidad de resonancia. Una idea, una intuición, una solución improbable: eso es lo que diferencia al talento verdadero. Pero no grita. No se postula. No mendiga visibilidad. Simplemente actúa, y transforma lo que toca.
El futuro no pertenece a quienes mejor se venden, sino a quienes hacen que el mundo sea irreversiblemente distinto después de haber pasado por él.