La promesa era clara: la inteligencia artificial llegaba para aumentar la productividad, liberar tiempo y transformar el mundo del trabajo. Sin embargo, los últimos estudios demuestran una realidad muy distinta.
Según el informe publicado en mayo de 2025 por Anders Humlum y Emilie Vestergaard, basado en datos de más de 25.000 trabajadores daneses, el impacto real de la IA generativa en el empleo ha sido mínimo. El ahorro medio de tiempo ronda apenas el 3%. Y no ha habido mejoras apreciables ni en ingresos ni en horas trabajadas. ¿Qué está fallando?
La respuesta es sencilla, pero profunda: estamos usando la inteligencia artificial con una lógica del siglo XX para resolver desafíos del siglo XXI. Se pretende que las herramientas nuevas funcionen dentro de modelos de trabajo heredados, donde el valor se mide por rapidez o volumen de tareas. Pero la IA no está diseñada para eso. O, mejor dicho, no alcanza su verdadero potencial dentro de ese marco obsoleto.
El problema no es la tecnología, es el paradigma
La mayoría de empresas han optado por incorporar IA de manera instrumental: como si se tratara de un Excel más potente, un asistente veloz o una mejora cosmética de procesos repetitivos. Sin rediseñar los modelos de trabajo. Sin revisar la arquitectura organizativa. Sin cambiar la forma de medir el valor generado.
Así, el resultado es inevitable: mejoras marginales, ahorro anecdótico, frustración creciente y un estancamiento disfrazado de innovación.
Una nueva definición de trabajo es urgente
En este blog hemos propuesto una idea fundamental: **el trabajo posthumanista no es simplemente hacer más rápido lo que ya hacíamos, sino repensar qué significa producir valor en un mundo con IA. Pasar de la noción clásica de “fuerza por desplazamiento” a la de sentido compartido, creatividad aumentada y expansión de capacidades simbólicas.
Esto implica:
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Diseñar entornos colaborativos entre humanos e inteligencias artificiales, no jerárquicos.
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Medir el impacto del trabajo en términos de transformación, no solo de entrega.
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Abandonar el mito de la formación individual como salvación, y sustituirlo por estrategias colectivas de rediseño productivo.
En el modelo clásico, una agencia de marketing asigna tareas de redacción publicitaria a sus creativos según una jerarquía de cuentas, briefs y entregas. El redactor trabaja de forma aislada y entrega una versión final tras varios filtros.
En un modelo de cocreación distribuida, el equipo de redacción, junto con diseñadores y un sistema de IA, configuran un entorno colaborativo donde cada mensaje es generado, evaluado y ajustado en tiempo real por humanos e IA. No se trata de pedir a la IA un texto “rápido”, sino de explorar con ella nuevas formas de comunicar, integrando emociones, datos, y microaudiencias específicas. El valor surge de la interacción.
En el paradigma clásico, una empresa detecta que la IA está transformando el sector jurídico y recomienda a sus abogados hacer cursos online sobre ChatGPT. La mayoría lo hace por cumplir, sin aplicar nada concreto en su práctica diaria.
En un enfoque posthumanista, el despacho organiza sesiones colaborativas donde IA, juristas y clientes repiensan juntos cómo optimizar contratos, consultas y procesos de defensa, usando IA como mediadora semántica. Se rediseña la arquitectura de trabajo legal, no solo la habilidad individual para usar una herramienta. El aprendizaje se integra como parte del proceso productivo, no como un extra.
No estamos ante un fracaso de la inteligencia artificial. Estamos ante el agotamiento de un modelo de trabajo que ya no tiene sentido.
La IA no transforma nada si solo se le pide que ahorre segundos. Para liberar su verdadero poder, necesitamos transformar el modo mismo de trabajar. No se trata de añadir tecnología, sino de rediseñar el sentido del trabajo en la era posthumanista.
Los resultados del estudio de Humlum y Vestergaard no deben interpretarse como una decepción tecnológica, sino como un diagnóstico cultural. No estamos fallando en aprender a usar la IA, estamos fallando en imaginar qué podríamos ser con ella. El verdadero obstáculo no es la falta de formación técnica, sino la ausencia de una visión creativa capaz de rediseñar el trabajo como un campo de sinergias entre inteligencias diversas. Hasta que no se abra ese horizonte, seguiremos midiendo lo nuevo con herramientas viejas, y obtendremos, inevitablemente, resultados mediocres.