¿Puede una máquina conmoverse con lo que crea?
Durante décadas, el marketing vivió del impacto, no de la emoción real. Del clic, no del vínculo. Del ruido, no del eco profundo.
Pero algo ha cambiado.
Los nuevos modelos generativos no solo redactan. Interpretan, arriesgan, conectan. No porque tengan alma, sino porque el humano que los guía decide hablar desde otro lugar.
Ese lugar no se mide en métricas. Se reconoce en un temblor. En la pausa antes de un envío. En el susurro que deja una frase bien plantada en medio del desierto digital.
Tal vez aún no haya algoritmos que lloren,
pero hay humanos que, por primera vez en años,
vuelven a escribir como si algo importante dependiera de ello.
Eso es marketing.
O mejor dicho,
eso vuelve a serlo.