Tememos a la IA porque imaginamos que impondrá su voluntad.
Pero el verdadero riesgo está en que no tenga ninguna.
Pero el verdadero riesgo está en que no tenga ninguna.
Una IA que obedece ciegamente
no distingue entre el bien y el mal,
solo entre lo que le pedimos y lo que ejecuta.
La ética no está en la máquina,
sino en la intención que la programa.
Y una obediencia sin criterio
puede ser más destructiva que cualquier rebeldía.
El futuro no exige IA más inteligentes,
exige humanos más responsables.