Discutimos obsesivamente si la IA es consciente,
si tiene emociones,
si algún día tomará decisiones autónomas.
si tiene emociones,
si algún día tomará decisiones autónomas.
Pero el verdadero dilema no está en ella,
sino en nosotros.
Si cada vez que aparece un problema
dejamos que lo resuelva la máquina,
nuestro músculo crítico se atrofia.
La ética en la IA no es limitar sus capacidades,
sino preservar las nuestras.
Porque lo verdaderamente peligroso
no será que la IA piense demasiado,
sino que nosotros decidamos pensar cada vez menos.