El marketing tradicional se construyó sobre una premisa simple: estimular el deseo. Pero ese principio está agotado. La saturación emocional, la sobreexposición y la pérdida de sentido han convertido el deseo en ruido.
Hoy no triunfan las marcas que seducen, sino las que resuenan. No apelan al deseo, sino a la conciencia. Entienden que el consumidor ya no busca más cosas, sino más significado. Y eso exige una mutación ética: dejar de fabricar necesidades para comenzar a revelar verdades.
El futuro del marketing no estará en manipular pulsiones, sino en cultivar comprensiones. Cuando el deseo se agota, emerge algo más poderoso: la conexión lúcida.
El propósito, cuando es auténtico, sustituye al impulso. Y esa transformación marca el inicio del marketing posthumanista.