Durante décadas, la creatividad se consideró una chispa impredecible, un privilegio reservado a unos pocos. Pero en la era posthumanista, la creatividad se redefine: deja de ser un talento individual para convertirse en una forma de inteligencia colectiva frente a la incertidumbre.
Crear hoy significa reorganizar la ambigüedad. No se trata de tener ideas originales, sino de combinar datos, intuiciones y emociones en patrones nuevos que expandan la comprensión del mundo. La IA no compite con esa capacidad: la amplifica. Pero solo si aprendemos a dialogar con ella sin miedo, sin nostalgia del control.
El creativo del siglo XXI no será quien imagine lo imposible, sino quien enseñe a las máquinas a imaginar con propósito.
El futuro de la creatividad no está en producir más, sino en pensar mejor: más lento, más profundo, más humano.