El marketing ya no vive de promesas, sino de coherencias. Las palabras que antes vendían hoy apenas resuenan, porque la audiencia ha dejado de buscar marcas que griten: busca voces que comprendan.
El lenguaje del siglo XX fue persuasivo; el del XXI será perceptivo. La diferencia es profunda: uno intenta convencer, el otro intenta conectar. No se trata de inventar nuevos slogans, sino de construir tramas de significado donde la emoción, la ética y la inteligencia se crucen.
La transición narrativa no es una cuestión estética: es una reconfiguración cognitiva. El consumidor posthumanista no quiere pertenecer, quiere participar; no espera mensajes, sino diálogos que revelen sentido.
El reto para las marcas ya no es vender su historia, sino integrarse en una historia más amplia, donde los relatos no se diseñen desde el deseo de dominar, sino desde la voluntad de comprender.