Pero el servicio posthumanista no gira en torno a la amabilidad superficial, sino a la dignidad.
Servir es comprender la experiencia del otro, anticipar necesidades legítimas, eliminar fricciones, elevar la interacción.
No es quedar bien: es hacer bien.
En un entorno digital donde muchas tareas se automatizan, el valor humano del servicio no disminuye: se profundiza.
La tecnología resuelve procesos; las personas resuelven emociones.
La excelencia en el servicio no nace de cumplir expectativas, sino de transformar el estado interno del interlocutor: que alguien llegue confundido y salga claro; llegue preocupado y salga tranquilo; llegue anónimo y salga reconocido.
Servir no es ser menos.
Servir es ser parte de la construcción de sentido del otro.